Conducción autónoma
Un vehículo autónomo es aquel capaz de circular sin la intervención humana en toda circunstancia: ciudad, carretera convencional o autopista. El usuario elige un destino, pero no es necesario que realice ninguna operación para el funcionamiento del coche. La conducción autónoma requiere el reconocimiento de señales, semáforos, peatones, ciclistas, coches y cualquier otro vehículo o elemento en el entorno de la vía.
Esto es posible gracias al uso de un conjunto de sistemas avanzados de control -láser, radar, lidar, sistema de posicionamiento global y visión computerizada- que interpretan la información para identificar la ruta apropiada, así como los obstáculos y la señalización relevante.
Los vehículos autónomos pueden recorrer carreteras cuyo trazado haya sido previamente cartografiado y programado. Si una ruta no está recogida por el sistema, el vehículo no podrá circular correctamente.
En diversas partes del mundo se están llevando a cabo pruebas reales con coches, autobuses e incluso camiones autónomos que, de forma supervisada de momento, recorren calles y ciudades (el coche de Google ha recorrido de forma autónoma un millón de kilómetros en 2016). Sin embargo, muchas son las preguntas sin respuesta que este tipo de conducción plantea. Algunas técnicas, relacionadas con la imprescindible adaptación de las infraestructuras. Y otras éticas y morales. ¿Cómo respondería el vehículo autónomo ante la disyuntiva de proteger a un peatón o al conductor? ¿Es siempre la respuesta generada por los algoritmos matemáticos la más idónea desde el punto de vista “humano”?
Otras cuestiones son jurídicas y legales: cuál es el marco legal para la circulación de estos vehículos, cómo se adaptarán las pólizas de seguro a la conducción autónoma, qué sistemas se implementarán para evitar hackers, cómo compatibilizar la geolocalización permanente con el derecho a la privacidad…